Buceando en letras taurinas, he encontrado esta descripción que el ilustre don Gregorio Marañón hace de ese ser que es el torero, por tantos de nosotros idolatrado.
Se trata de una parte del prólogo que escribió para el libro "Púrpura y oro (Camafeos taurinos)", de Miguel Rash Isla. Y aunque confiesa que "no figuro entre los entusiastas de las corridas de toros, aunque reconozco la insuperable belleza de algunos de los lances", dibuja este hermoso boceto de los toreros de su época, que merece su transcripción:
"Este suele ser (dice del torero) ejemplar humano de excelente calidad. Es, por lo común, un español salido de la nada, lleno de la noble ambición de triunfar y, sobre todo, de ser dueño de tierras, a las que ama como no son capaces de amarlas los que las han heredado, y cuyo bienestar, logrado con tantos peligros y tanto dolor, gusta repartir generosamente. Creo que no hay héroe más sencillo y amable que el torero; y eso que su gloria, en los grandes días, debe producir, cual ninguna otra, la emoción del vencedor directo, que es la que más se sube a la cabeza. Vencedor del bruto astado y del monstruo de veinte mil cabezas que lo acecha desde los tendidos.
Yo conozco, trato y estimo a bastantes toreros, y son, aun en las épocas hiperbólicas de su esplendor, gente apacible, bondadosa, rara vez petulante, impregnada de profunda y no aprendida filosofía ante el triunfo popular y ante la adulación de ese vasto grupo de seres humanos que necesitan respirar el aliento del héroe para vivir. Suelen ser inesperadamente serios, y muchas veces están tocados de leve melancolía. No hay comparación entre la actitud inteligente que adopta el torero, en general, ante el triunfo y la trivial de cualquier literato que ha estrenado o publicado su primera obra con éxito, o la de cualquier médico con clientela copiosa y con alguna locuacidad académica, o la de uno de esos deportistas, coleccionadores de copas de metal precioso, pero con pie de madera, símbolo de fragilidad".
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