esnob.
1. com. Persona que imita con afectación las maneras, opiniones, etc., de aquellos a quienes considera distinguidos. U. t. c. adj.
Según definición de la Real Academia Española
Entre los taurinos, los hay que defienden como única expresión aceptable de la tauromaquia la de la corrida de toros, despreciando los festejos populares (els bous al carrer que dicen en mi terreta valenciana).
Deben de creer, quizás por aquello de su esnobismo, que todo lo que ocurre en la plaza es arte, o que nuestros antepasados taurinos, los que se pierden en la noche de los tiempos, ya «calzaban» montera, caireles y alamares.
La tauromaquia ha tenido siempre más de lidia que de arte -el arte, por otro lado, no se puede manifestar sin lidia- y, digo y no creo que me equivoque, que el día que no sea necesaria la lidia, habrá muerto el toreo. Y también ha sido siempre juego: un juego con la muerte y un desafío al miedo, que está presente tanto en el ruedo como en las calles.
Los festejos populares son la raigambre que nos une al toro, tanto por ser la más clara muestra de los orígenes de la fiesta, que no era otra cosa que «el correr los toros», como por ser fuente inagotable de nuevos aficionados.
En los pueblos se ama y se venera al toro (salvo algún chalado, que siempre los hay y no sólo en las calles). Y en los pueblos, los niños aprenden a admirar al animal y comienzan a sentirse atraídos por ese extraño rito ancestral que nos hace desafiar al peligro y soñar con la gloria.
Señores taurinos de tendido, copa y puro, de mucho tralarí y poco tralará, respeten a esos hombres y mujeres que llevan al toro marcado a fuego en su pecho y que me enseñaron a adorar al toro bravo y al toreo, en todas sus versiones.
Los festejos populares son la raigambre que nos une al toro, tanto por ser la más clara muestra de los orígenes de la fiesta, que no era otra cosa que «el correr los toros», como por ser fuente inagotable de nuevos aficionados.
En los pueblos se ama y se venera al toro (salvo algún chalado, que siempre los hay y no sólo en las calles). Y en los pueblos, los niños aprenden a admirar al animal y comienzan a sentirse atraídos por ese extraño rito ancestral que nos hace desafiar al peligro y soñar con la gloria.
Señores taurinos de tendido, copa y puro, de mucho tralarí y poco tralará, respeten a esos hombres y mujeres que llevan al toro marcado a fuego en su pecho y que me enseñaron a adorar al toro bravo y al toreo, en todas sus versiones.
Foto de Sergio López, extraída del blog Espai Taurí
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